“Korruption” es una palabra latina, consustancial, pues, a los países mediterráneos. La dimisión de Christian Wulff ha sido un duro golpe para los alemanes. Para los políticos, porque es el segundo presidente que dimite creando una verdadera crisis de Estado. No otra cosa se puede llamar cuando muchos alemanes discuten la necesidad, incluso la conveniencia, mantener una institución que, en verdad, sirve para muy poco. Es lo más parecido a un sucedáneo de Rey parlamentario.
Elegido por una asamblea de notables que, cual corte de aristócratas medievales, se reúne únicamente para esta ocasión, sólo tiene el poder real de poder bloquear leyes si cree que son inconstitucionales. El anterior, Horst Köhler, amagó incluso alguna vez con hacerlo. Por lo demás, desde el único palacio con un poco de empaque dieciochesco que queda en Berlín, recibe embajadores, asiste a actos protocolarios, hace viajes oficiales y pronuncia discursos solemnes con la única intención de pasar a la historia por alguna frase afortunada.
¿Para qué necesitamos un cargo así, se preguntan muchos alemanes? Esas funciones las podría asumir perfectamente el-la Canciller, que, además, tiene la legitimidad de las urnas.
Para el alemán de a pie, que no entiende de crisis de Estado, la dimisión de Wulff no es más que la confirmación de una humillación colectiva. No por nada al presidente se le supone una altura moral ejemplar. La dimisión del anterior se quiso pasar dentro de esa dignidad moral por no sentirse respaldado por Merkel. Los dejó a todos atónitos con su inesperada dimisión, pero no supuso una merma del prestigio de la institución.
Pero este caso es diferente. Wulff se va por sospechas –sólo sospechas, eso es importante recalcarlo- de haberse aprovechado del cargo. Minucias, pequeñeces. Un crédito de 500.000 Euros para comprarse una casa pagado a un 4% de interés en lugar de a un 5% (unos 50.000 Euros de ahorro en 10 años calculando por arriba), tres o cuatro semanas de vacaciones en casas de empresarios ricos (una en Mallorca) que el mismo Wulff justificó diciendo “no quiero vivir en un país donde uno tuviera que pedir la cuenta por dormir en casa de un amigo o no pudiera pedir prestado un crédito a un amigo”). Una vez en un vuelo de avión en el que había comprado billetes de clase turista para la familia aceptó la invitación de sentarse en clase “business”. Un coche (Fabia Skoda) a precio de empleado de Volkswagen (fue en su momento miembro del consejo de Administración de Volkswagen). Un amigo empresario le pagó unas noches de hotel (él dijo después que le había dado el dinero después en mano). Sólo la sospecha del fiscal de que pudo intervenir para dar un aval a este empresario ha desatado toda la tormenta.
El propio fiscal confiesa que actúa movido por las informaciones de prensa.
Y hasta aquí quería llegar. Las informaciones de prensa. Es curioso que la mayor parte de alemanes han creído durante estos dos meses de “wulffeo” que el Presidente estaba sometido a una caza de los medios. Quizá tenían algo de razón. Wulff no caía simpático a la prensa. Y eso que este bienintencionado político, blandito y soso, educado y ambiguo, conservador pero amable, hizo siempre de su imagen pública su principal capital político.
A Wulff se lo ha cargado el Bild. ¿Qué otro podría ser? Todo empezó a mediados de Diciembre cuando publicó que Wulff “podría no haber dicho toda la verdad cuando en el Parlamento de Baja Sajonia afirmó que no tenía ninguna relación económica con el empresario que le dio el crédito”. Legalmente era verdad (la firma era de la mujer del empresario), pero, como el propio Wulff dijo poco después, en política lo legal no siempre es lo correcto.
Wulff cometió la torpeza de llamar al móvil del Redactor Jefe del Bild. Y la mala suerte de que éste estaba en N. York y saltó el buzón de voz. Podría haber colgado. Pero no: dijo que el periódico “pasaría el Rubicón” si publicaba lo del crédito. Todavía no se sabe exactamente el contenido del mensaje pero todo el mundo asume como una humillación colectiva que el Jefe del Estado se rebaje a algo así. Si hubiera colgado, seguramente seguiría siendo Presidente de Alemania y a estas horas estaría buscando una frase con la que pasar a la historia: a partir de ese momento, la libertad de prensa era un campo en el que el Presidente no podría encontrar la frase para pasar a la historia.
Wulff creía que ya había encontrado esa frase: “El Islam también pertenece a Alemania”. Hay que recordar que desde hace un par de años este país ha vivido una conmoción con el libro de un tal Sarrazin, cuya tesis es que Alemania se está aboliendo a sí misma por culpa de la inmigración de origen musulmán. Racismo puro.
¿Y quién fue el vocero de Sarrazin y sus tesis islamófobas? El Bild claro. Wulff levantó las iras calladas de una buena parte de la derecha con esa frase. Y seguramente para el Bild fue el “hasta aquí hemos llegado”.
Hay otra parte oscura, que sólo está en los rumores, sobre el papel que juega la mujer de Wulff en todo esto.
Christian Wulff se separó de su ex -mujer cuando conoció a Bettina, una guapa y elegante mujer sobre la que corren todo tipo de rumores en internet. Bettina Wulff, mucho más joven que su marido, pasa por ser una amante del “glamour”. El comentario “soto voce” es que Wulff aceptaba todos esos regalos para poder proporcionarle un tren de vida que no podía con su sueldo. En suma, aunque suene a machista, que Bettina tiene la culpa.
La pareja consiguió la simpatía del alemán medio gracias, dicen, al “glamour”, tan escaso en la política alemana, sobre todo desde que el “glamouroso” por excelencia barón von und zu Guttenberg se fue porque le pillaron copiando la tesis. Tiene gracia, el “glamour” en Alemania es una maldición.
Pero no. Los alemanes no se han sentido dolidos porque hayan perdido a una pareja con “glamour”. Lo que ha pasado es que los alemanes se identificaban con Wulff. El “cazachollos”, “cazagangas”, el “rey de las rebajas”. No cuadran con el cargo de Jefe de Estado, pero cualquier alemán perdonaría esas mezquindades porque en cada alemán hay un cazachollos, un cazagangas, un rey del descuento, de los bonos, de las rebajas, del ahorro céntimo a céntimo. Pequeñeces, menudencias. Por eso los alemanes se inclinaban a pensar que había una persecución mediática contra Wulff.
En el caso de Guttenberg el “glamour” no casaba con la mezquindad de copiar la tesis en internet, en el caso de Wulff, el “glamour” casa aún menos con la tendencia irresistible a ahorrar unos eurillos. La mezquindad, la verdad, tiene poco “glamour”.