Horas más tarde, el secretario general del PSOE le hizo llegar a 'su' Soraya una suave reprimenda. Algunas versiones hablan más bien de severo rapapolvo. Rubalcaba estaba muy contrariado. Más bien cabreado. Soraya Rodríguez había 'pisado el palito' y se había adentrado en un territorio vedado. La sutileza nunca fue su fuerte.
Epidemia sin límites
La corrupción sigue siendo la segunda preocupación de los españoles. El CIS de esta semana lo evidencia. Es una epidemia sin matices ideológicos. Transversal y nacional. El reproche social abarca a la clase política en pleno sin matices ni distingos. Luego, cuando se entra en detalles, se hila más fino y se separa algún grano de la paja.
Rajoy y Rubalcaba habían conversado sobre este particular en alguna de sus charlas telefónicas, mucho más frecuentes e intensas de lo que algunas versiones sugieren. La corrupción es corrososiva, alimenta el escepticismo, enloda no sólo a la clase política sino a todo el statu quo. Es un elemento desestabilizador. PP y PSOE, las dos formaciones mayoritarias que hace 35 años establecieron las bases de nuestro actual sistema, pretenden ahora paliar sus nocivos efectos. Ambos partidos comparten escándalos y responsbilidades. Amén de preocupaciones.
Borrados del cartel
De repente, con la llegada de las urnas, algunos protagonistas o acontecimientos recalcitrantes se han caído de la actualidad política. En mítines o debates, apenas salen a colación referentes tan 'familiares' para la opinión pública como Bárcenas, Gürtel, ERE andaluces, financiación en B, sobresueldos... Soraya Rodríguez, habitualmente algo despistada, se saltó el terreno acotado, ignoró el pacto de silencio. No volverá a ocurrir.
Nuevos episodios de corrupción ha ido engrosando, en la precampaña, el nutrido inventario de los escándalos. Los sobrecostes de Adif en la construcción del AVE a Barcelona, con el estrambote de detenciones de altos técnicos de Fomento; los falsos cursos de formación de Málaga; una variante manchega de Filesa; un presunto soborno a Marcelino Iglesias, expresidente de la comunidad aragonesa... Capítulos recién aparecidos que se incorporan a un largo rosario. Los medios informativos dejan constancia de las novedades pero, ahora, apenas encuentran un hueco en el debate político, el mítin o el discurso. Incluso un personaje tan chusco y desabrido como Magdalena Álvarez, exministra de Fomento, implicada ahora en dos asuntos tan mayúsculos como el del AVE y los ERE, apenas ha recibido reprimenda o ataque alguno por parte del PP. De Guindos invocó, muy cortésmente, el sentido de responsabilidad de 'Maleni' para que tuviera a bien presentar su renuncia a la vicepresidencia del Banco Europeo de Inversiones. Y lo hizo luego de ser abordado intempestivamente por los periodistas en los pasillos del Congreso. De esos asuntos, ya se está viendo, no se habla.
Reproches y acusaciones
PP y PSOE, súbita e inopinadamente, se han olvidado de mencionar estos 'affaires' que hasta hace unos meses monopolizaban el día a día de la contienda política. De la corrupción no se habla, es un hecho constatado. La desafección de los votantes, el fantasma de la gran abstención, el desapego hacia la clase política, el desprecio por las actuales estructuras de nuestra peculiar democracia producen inquietud en los dos grandes partidos. De ahí la entente Rajoy-Rubalcaba, y su determinación de congelar y ocultar en paralelo, los reproches y las acusaciones mutuas.
Este pacto de silencio ha dado paso a una especie mucho menos contrastada pero que circula en forma vertiginosa. La del vaporoso preacuerdo alcanzado entre los dos líderes para suscribir un acuerdo de Gobierno al estilo de Merkel y los socialdemócrartas en Alemania. Llegado el momento y ante una situación de debilidad institucional, esta posibilidad sería una opción muy bien vista tanto en determinados despachos empresariales, en algunas embajadas e incluso en el propio Palacio de la Zarzuela. ¿Lo uno lleva a lo otro?. La 'omertà' sobre la corrupción puede ser la antesala de la 'gran coalición'. Ni Moncloa ni Ferraz quieren oír hablar de eso. Pero se habla.
No serán las europeas, cuyos resultados son poco representivos en este aspecto, sino las municipales y autonómicas de la primavera próxima las que pueden precipitar algunas reflexiones.