Ayer tuvimos junta extraordinaria de la comunidad de propietarios de mi bloque, tumultuosa como siempre son estas reuniones, pero todos los vecinos estuvimos de acuerdo: hay que echar al del quinto derecha. Todos menos él, claro, que no reconoce su culpa. Pero todos sabemos que es él quien ha arruinado nuestra comunidad y nos ha llevado a la actual situación, al borde de que nos corten la luz por impago y de que el ayuntamiento nos embargue la cochera por no estar al día con la contribución.
La culpa, como digo, es del moroso del quinto derecha. Es cierto que su apartamento no supone mucho en la comunidad, apenas tiene un 2% de superficie, pero suficiente para liar la que ha liado. Y no me refiero solo a sus atrasos en el pago de la comunidad, que siempre debe unos cuantos recibos y nunca acaba de ponerse al día, aunque hasta ahora hacíamos la vista gorda y apoquinábamos porque sabíamos de sus apuros económicos. Tampoco es sólo por su comportamiento derrochador, que cada vez que baja por la escalera enciende las luces de todos los descansillos, y en invierno abre las ventanas cuando tiene calor en vez de cerrar los radiadores. Todas esas cosas nos han llevado a la ruina actual, pero no son los únicos motivos para expulsarlo de la comunidad.
El problema viene ya de antiguo, son muchos años de aguantar sus costumbres incívicas: el mantel sacudido por el patio, el cigarro que enciende en el ascensor, la basura dejada en el portal a deshoras, la música a todo volumen, los gritos de sus amantes cuando folla con la ventana abierta, o las fiestas que monta sin importarle que los demás tengamos que madrugar al día siguiente, pero qué le va a importar eso a él, que no da un palo al agua.
Ayer el administrador presentó las cuentas del último año, y la situación es dramática: el agujero de la comunidad es gigantesco, y no vale con despedir al portero y contratar a un sin papeles, ni prescindir de la señora de la limpieza y fregar la escalera por turnos. Eso es el chocolate del loro, hablamos de números rojos con muchos ceros, al tiempo que se multiplican las manchas de humedad, cortocircuitos y grietas por todo el edificio desde que tuvimos que prescindir de la empresa de mantenimiento.
En la reunión no hizo falta que nadie apuntase con el dedo: según oíamos el informe del administrador, y las explicaciones de la presidenta de la comunidad, todos los ojos se volvieron hacia él, el vecino del quinto derecha. Sabiéndose bajo sospecha, intentó defenderse como pudo: dijo que él no era el problema, que toda una comunidad de vecinos no puede haberse arruinado por cuatro recibos atrasados, que además hay otros que deben más que él; y a continuación acusó al administrador de llevar años estafándonos: cobra un dineral por sus servicios, nunca nos enseña las facturas, trapichea con el suministrador de gasóleo, infla los presupuestos de las obras, y encima nos convenció para invertir lo que sacamos por los locales comerciales en preferentes de Bankia que ahora no valen nada.
Como vio que sus acusaciones provocaban cuchicheos entre los vecinos, trató de convencernos con una denuncia aún más grave: afirmó que la presidenta de la comunidad, el tesorero y el vocal están compinchados con el administrador, se reparten con él las mordidas, y le protegen haciendo uso de la mayoría de votos que tienen por ser los mayores propietarios. Llegados a este punto, la presidenta -que en efecto es quien controla las reuniones por tener más votos, ya que es propietaria de dos pisos, tres trasteros y cinco plazas de garaje, y además siempre trae los votos que le delegan los que no asisten a las reuniones-, furiosa, le leyó la cartilla al moroso, enseñó los recibos impagados, mostró las lecturas de sus contadores de luz y agua para que no nos quedase duda de que es un manirroto, le acusó de haber vivido por encima de sus posibilidades durante años y estar ahora pidiendo dinero a los vecinos para llegar a fin de mes –dinero que nunca devuelve-, y terminó llamándole a gritos parásito, vago, sucio y otras palabras mayores.
El del quinto derecha se quejó de ser el chivo expiatorio, dijo que le estábamos usando para tapar nuestras miserias, que vaya mierda de comunidad, con vecinos así mejor vivir solo; y mientras salía a la carrera, huyendo del posible linchamiento, amenazó con no volver a pagar un recibo, ni los atrasados ni los corrientes, y profetizó que otros vecinos que también están en apuros económicos no tardarían en seguir su ejemplo, lo que acabaría mandando al carajo a toda la comunidad de propietarios.
Menudo elemento, se merece un buen escarmiento, dijo la presidenta, y todos asentimos. Después votamos el presupuesto, el más austero de nuestra historia, aprobamos una nueva derrama y un aumento de la cuota mensual como último intento para salvarnos, y renovamos la junta directiva y el contrato del administrador secundando la propuesta de la presidenta, qué otra cosa podemos hacer, si de todas formas ella siempre se sale con la suya, y además todos tenemos algún recibo pendiente y cualquier día nos sacan los colores como al del quinto derecha.
En fin, que yo en realidad quería hablarles de Grecia y de Europa, de cómo los malditos griegos nos llevan a todos a la ruina y hay que expulsarlos del euro cuanto antes, pero se me ha pasado el artículo contándoles estas cosillas de mis vecinos, y ya no me queda espacio.
Otro día será.